domingo, 17 de junio de 2007

A blast from the past

Estaba revisando algunas de las cosas que publiqué en el MoshPit, cuando apareció en el messenger una amiga a la que no veía hacía tiempo. Después de conversar por alrededor de una hora, me preguntó por mi blog, así que le comenté que ya no publicaba nada en el MoshPit que ella solía leer cuando estábamos en la universidad, y le dije que toda la actividad estaba ahora centrada en este nuevo blog. Entonces me preguntó por qué no volvía a publicar algunas de las cosas que ya no están disponibles en el MoshPit. Le dije que era una buena idea, y que incluso podría agregar algunas cosas que no estaban en las versiones originales. Así pues, a pedido de una amiga, este es el primero de los "posteos revisados", desde los archivos del MoshPit.

La Maleta del Gato Félix
Publicado originalmente el 29 de Junio del 2006
Hace poco más de una semana me encontré con una amiga para tomar un café y conversar de temas tan profundos como la posible diferencia entre un Dunkaccino y un capuccino común y corriente. Un par de horas más tarde decidimos que ya era hora de abandonar la mesa, así que salimos del local y subimos a un bus para continuar la conversación al mismo tiempo que las ruedas del vehículo giraban y giraban. Mientras veía cómo más y más personas subían al bus en que mi amiga y yo recorríamos medio Lima, escuché al cobrador (esa criatura inefable que se cuelga de la puerta del bus, grita, insulta, discute con otros de su especie, llama pasajeros y luego les roba, es decir, les cobra los pasajes... lo cual no deja de ser un delito teniendo en cuenta lo que cobran) repetir como una letanía una frase que ha quedado grabada por siempre en el inconciente colectivo de quienes somos víctimas del transporte público en el Perú: "colabora pe' causa, al fondo hay sitio". Inevitablemente vinieron a mi memoria el Gato Félix y su maleta amarilla.
Quienes recuerden las caricaturas del Gato Félix y su onírico mundo en que los muros de pronto se convertían en llanuras interminables y el día se transformaba en noche gracias a un brochazo de pintura, podrán recordar que el simpático felino en cuestión (con enormes ojos y una eterna sonrisa en el rostro negro como la conciencia de los choferes de bus) llevaba casi siempre una maleta amarilla en la cual podía guardar prácticamente cualquier objeto imaginable: sillas, automóviles, personas, animales vivos, escaleras, comida, cabinas telefónicas, naves espaciales, estaciones de radio, clones de sí mismo y repuestos de su cola, brazos y piernas. Cualquier parecido con el fondo de los buses no es pura coincidencia, sino la prueba de que la maleta amarilla del Gato Félix existe en nuestro mundo. Y no son sólo los buses, porque hace tres semanas tuve que ir a una oficina del Ministerio de Salud para entregar unos documentos y estuve casi media hora esperando para llegar a la ventanilla, pues el único sujeto que estaba delante de mí en la fila tenía una réplica de cuero de la maleta del Gato Félix, de la cual sacaba, uno tras otro, alrededor de un centenar de documentos que parecían no tener cuándo terminar de salir de la maleta de marras. No voy a hablar de las carteras femeninas, porque mi buen amigo Doom77 ya se ocupó de ellas hace un tiempo en una entrada de su propio blog, pero debo decir que algunas no tienen nada que envidiar a la maleta del Gato Félix.
De modo pues, que la maleta del Gato Félix no sólo es real, sino que hay miles de réplicas de ella que circulan por la ciudad (por no decir que circulan por el país entero) sobre ruedas parchadas y movidas por motores que traen a la memoria al monstruo de Frankenstein (eso es material para una futura columna, así que dejo ahí lo de los motores). Siempre habrá sitio al fondo, aunque tengas que pasar por encima de los juanetes de un par de ancianas, empujar a tres monjas y pararte sobre la cabeza del sujeto que se quedó dormido y debió bajarse hace como dos kilómetros. No importa que el bus haya sido diseñado para cincuenta personas contando a los que viajan parados (o colgados del techo en algunos casos), porque la prodigiosa maleta del Gato Félix hace posible que alrededor de cien personas viajen cómodamente aplastadas unas contra otras mientras el cobrador insiste en que aún hay sitio al fondo y que deben colaborar pe' causa, pa' irnos directo pe'. Llámenlo paranoia si quieren, pero cada vez que escucho a un cobrador decir "directo" me parece escuchar voces lejanas cantando Highway to hell a todo pulmón. Sinceramente, cada vez que subo a un bus y observo el "fenómeno de la maleta del Gato Félix" termino envidiando la suerte de las sardinas que viajan descamadas y tranquilas en grupos de seis, diez o doce, pero nunca exceden la capacidad de la lata.
Bajamos en un paradero y me despedí de mi amiga con la promesa de llamarla para seguir conversando de los enigmas insondables que moldean la realidad que nos rodea. Subí a otro bus y me senté al fondo, donde esta vez realmente había sitio, y me sumergí en mi propia versión de la maleta del Gato Félix, donde vivirán siempre las cosas que viajan conmigo por este camino incierto pero fascinante. ¿Podré poner estrellas en el cielo con un pincel?

El transporte público seguirá siendo deficiente durante mucho tiempo antes de que finalmente se llegue a una solución efectiva. Espero que sean mis hijos y no mis nietos los que lleguen a ver ese momento.
Cuando posteé esto originalmente me quedé con ganas de poner algunos links interesantes:

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